miércoles, 30 de enero de 2008

HOY, REFERENDUM

Hoy, 30 de enero, los más de 25.000 docentes de la enseñanza pública en Canarias estamos llamados a las urnas. Escribo estas líneas al filo del momento en que ha de comenzar la consulta. Toda consulta democrática es un motivo de alegría para las personas que creemos firmemente en las libertades públicas y en los modelos de participación democrática. No obstante, ese motivo de alegría y orgullo, en esta ocasión, es un sentimiento agridulce, porque va acompañado de una gran fractura de la unidad sindical que parecía haberse conseguido alrededor de la reivindicación de la homologación del salario de los docentes con el salario de otros funcionarios de igual nivel. Qué lástima y qué gran oportunidad perdida de demostrar que los y las docentes reivindicamos (y en ello se nos va no sólo nuestra dignidad, sino gran parte del éxito del sistema educativo) la recuperación de nuestro prestigio social y nuestra dignidad profesional, entre otras cosas porque sustentamos uno de los pilares básicos en los que se asienta la sociedad: la educación de los futuros ciudadanos y las futuras ciudadanas de este país. Aquellos países donde ser educador es una de las profesiones, sino la más, más reconocidas por la sociedad, son países donde los resultados educativos son referentes para otros países. En Canarias no sólo no hemos alcanzado esas cotas de reconocimiento social e institucional, sino que hemos retrocedido en cuanto a logros laborales. En efecto, todos los que creemos profundamente en la educación hemos asistido con tristeza a un proceso de degradación de la profesión, de descualificación profesional a través de las sucesivas normativas educativas y de pérdida irreparable de logros históricos. Yo, personalmente, he visto, entre atónita e irritada, como nuestros gobernantes (con el beneplácito de nuestros sindicatos) han pasado de considerar el profesor como una pieza clave en el engranaje del centro educativo, a entender que el profesor puede ser sustituido por medios o cuartos de profesores, abaratando la idea de educación mediante una interpretación utilitarista y economicista de la misma, y sustituyéndola por un concepto reduccionista de instrucción constreñida a un horario determinado. También me sorprendió en su momento la nula respuesta en contra de la decisión sobre que los profesores no fueran profesores para todo el curso, sino que fueran como Guadianas educativos, que aparecían en los días lectivos (casi siempre tardíamente nombrados) y desaparecían en los períodos vacacionales, e incluso en los fines de semana, sin entender que la labor educativa es una labor integral, continuada, engranada. La labor educativa, consustancialmente, es un continuo que no admite interrupciones. Todos los sabemos, menos la administración educativa que así ha legislado, olvidando lo que deben ser premisas básicas del quehacer educativo. Y todo lo anterior, por grave que sea, no oculta el hecho de la situación lamentable, que parecía no importar a nadie, en que quedan esos mismos profesores que dejan de cobrar esos períodos.
La reivindicación por la homologación nos devolvió a muchos la ilusión de que aún podíamos recuperar la unidad sindical para que nuestros representantes nos defendieran a los empleados de unos empleadores que no saben, o ya no recuerdan, qué es un aula, lo importante que es nuestra labor y se aprestaran a dignificar la misma, comenzando con un gesto, en este caso retributivo que, precisamente por eso (el dinero no conoce de ideologías, la adecuada colocación funcionarial tampoco) a muchos nos pareció que era un primer paso importantísimo en la recuperación de la consideración perdida. Pero nuestro gozo en un pozo. Algunos sindicatos han visto el dinero como una meta inmediata, no han trascendido el hecho de que la reivindicación económica, aunque importante, no es lo más importante en esta batalla, y se han plegado mediante un preacuerdo, a una exigencia de una Administración que, ahora más que nunca, ha demostrado estar de espaldas a su personal. La reivindicación de la homologación es el pretexto para escribir un nuevo texto sobre la educación canaria, un nuevo texto donde los docentes recuperemos nuestra dignidad, nuestra consideración social, nuestra autoestima, y se generalice la percepción de que, sin nosotros, la sociedad entraría en barrena, porque más educación, para más personas, durante más tiempo siempre ha supuesto menos necesidad de control del orden público (o un control más amable). Por ello, mi rechazo más absoluto a aquellos sindicatos que no han sabido mantener la unidad, que se han precipitado y han trivializado una reivindicación que para muchos y muchas docentes significaba (y espero que siga significando) mucho más que el dinero: el comienzo de un nuevo tiempo para una educación que esperamos que se ponga en primera línea, más que por la labor de los docentes, ya ahora magnífica, porque los administradores de la cosa pública empiecen a confiar en ella y en nosotros y a dotarla de medios y credibilidad.

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